La actividad física regular y el ejercicio físico estructurado conllevan una serie de beneficios sobre la salud como tener un menor riesgo de enfermedad cardiovascular, diabetes tipo 2 o algunas formas de cáncer, entre otros (Garber et al., 2011; Kohl et al., 2012; Naci & Ioannidis, 2013; USDHHS, 2008). No obstante, a pesar de estos evidentes beneficios, realizar ejercicio, especialmente a intensidad vigorosa, puede conllevar un aumento del riesgo de complicaciones cardiovasculares en ciertas personas con patologías previas (Mittleman et al., 1993; Siscovick et al., 1984; Thompson et al., 2007). Por ejemplo, entre corredores de maratón y media maratón, la incidencia de infarto agudo de miocardio (IAM) es de 1 por cada 184.000 corredores y la de muerte súbita (MS) de 1 entre 256.000 corredores (Kim et al., 2012). Por ello, es importante intentar reducir este riesgo por parte de los entrenadores que trabajen con personas que van a comenzar a realizar ejercicio físico por primera vez o que lleven ya tiempo entrenando y que tengan alguna consideración patológica que pueda ser detectada de forma precoz por los profesionales del ejercicio o por el propio practicante.
El riesgo relativo de padecer MS e IAM durante un esfuerzo físico vigoroso es sustancialmente mayor (entre 6 y 17 veces) comparado con el reposo (Albert et al., 2000; Mittleman et al., 1993). No obstante, cuando se observa este riesgo de forma absoluta comprobamos que es muy bajo, donde, por ejemplo, la MS se produce cada 1,5 millones de sesiones de esfuerzo físico vigoroso en hombres (Albert et al., 2000). De forma general observamos que, aunque este tipo de eventos ocurren de forma muy ocasional y la incidencia es baja, estos casos existen. Así, las investigaciones han determinado que estos sucesos se preceden a menudo por ciertos síntomas o signos de alerta (Thompson et al., 2007) (Tabla 1).
Signos y síntomas de enfermedad coronaria o neumopatía (Earle y Baechle, 2008).
- Dolor o malestar en el pecho, cuello, mandíbula, brazos y otras áreas cercanas.
- Sensación de falta de aire en reposo o durante un ejercicio suave.
- Desmayos o sensación de vértigo o aturdimiento en reposo o durante el ejercicio.
- Dificultad para respirar al estar tumbado/a que se alivia al sentarse o ponerse de pie.
- Hinchazón en los dos tobillos sin tener golpes ni torceduras que puedan explicarlo.
- Sensación de que su corazón se acelera mucho en reposo o con un ejercicio suave.
- Dolor en las piernas al andar que desaparece al poco de pararse o sentarse.
- Su médico le ha dicho alguna vez que tiene un soplo en el corazón.
- Cansancio o fatiga inusual durante actividades cotidianas normales.
Otro aspecto a tener en cuenta es la actividad física que se realiza regularmente. En este sentido, se sabe que las personas físicamente inactivas tienen un mayor riesgo de padecer eventos cardíacos que los físicamente activos (Franklin & McCullough, 2009, USDHHS, 2008). Además, el riesgo relativo de MS e IAM durante el ejercicio vigoroso aumenta ante la presencia de síntomas cardiovasculares y disminuye con el nivel de actividad física habitual. Es decir, cuando se realiza una sesión de ejercicio físico vigoroso, se tiene un mayor riesgo si se tienen síntomas cardiovasculares y/o si no se suele realizar actividad física de manera habitual.
Asimismo, las personas que suelen ser físicamente activas reducen hasta un 50% el riesgo de padecer a lo largo del día eventos cardiovasculares (Berlin & Colditz, 1990, Powell et al., 1987). No obstante, en el estudio de Mittleman et al. (1993) se demostró que el riesgo de IAM durante ejercicio a intensidad vigorosa fue el doble que en reposo en personas que realizaban actividad física vigorosa una hora 5 o más días por semana. Esto nos indica que, aunque la actividad física vigorosa aumenta siempre el riesgo, lo hace en mayor medida en personas que no son físicamente activas de forma habitual (Figura 1).
En este sentido, el American College of Sports Medicine (ACSM) recomienda que las personas que comiencen a hacer ejercicio o deseen aumentar su rendimiento se realicen una evaluación de salud previa a la práctica de ejercicio. En 2016 se actualizó un protocolo de evaluación que puede ser de utilidad a la población general que se basa en el nivel actual de actividad física que se realiza, la presencia de signos o síntomas importantes de enfermedades cardíacas, metabólicas o renales y la intensidad de ejercicio que se desee realizar (Figura 2). Con ello, se intenta identificar a las personas que tienen un riesgo elevado para padecer muerte súbita y/o infarto agudo de miocardio (Magal et al., 2016).
Ejercicio regular: Realizar actividad física planeada y estructurada al menos 30 minutos a intensidad moderada al menos 3 días por semana durante al menos los últimos 3 meses.
Intensidad de ejercicio baja: 30-<40% FCreserva, 2-<3 METS, RPE 9-11, una intensidad que causa ligeros incrementos en la frecuencia cardíaca (FC) y respiración.
Intensidad de ejercicio moderada: 40-<60% FCreserva, RPE 12-13, una intensidad que causa notables incrementos en la FC y respiración.
Intensidad de ejercicio vigorosa: 60-<90% FCreserva, RPE 14-17, una intensidad que causa sustanciales incrementos en la FC y respiración.
Enfermedad cardiovascular (CV): Enfermedad cardíaca, arterial periférica o cerebrovascular.
Enfermedad metabólica: Diabetes mellitus tipo 1 y 2.
Reconocimiento médico: Aprobación de un profesional médico para la práctica de ejercicio.
Directrices del ACSM: Visitar nuestra entrada del blog Actividad Física Recomendada en Adultos
Javier Alonso Álvarez
Doctorando en Ciencias del Ejercicio y Salud
Técnico Superior FEDA en Fitness y Entrenamiento Personal
Máster en Rendimiento Deportivo y Salud